PARA AMAR NECESITAMOS A DIOS-TEXTO ARGUMENTATIVO



19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
21 Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.

1 Juan 4: 19-21

En estos tiempos constantemente escuchamos noticias penosas sobre asesinatos, robos, corrupción, fraudes… ¿por qué pasa aquello? Porque las personas hemos dejado de amar, nos hemos vuelto indiferentes ante el sufrimiento ajeno e incluso nosotros solemos herir y maltratar a los demás mediante palabras o gestos de desprecio. Para disolver este sistema de frialdad, las personas necesitamos retornar al amor, es decir a Dios, solo así podremos amar al prójimo más allá de los prejuicios, de las ideologías, de las creencias religiosas, de las “diferencias” de raza, color o condición social. Todo con aras a lograr una sociedad pacífica y más humana.

Dios nos amó y envió a su hijo a morir para redimirnos del pecado y salvarnos de la condenación eterna. Cuando nosotros aceptamos este acto de amor, el más radical, el que abarca la donación de toda la persona de Jesús y su despojo de ser Dios para entregarse como cordero de expiación, es entonces cuando queremos compartir de ese amor con los demás.

Aponte (2016) nos dice al respecto:

“En el Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo, refiriéndose a 1Co 13:1-8, encontramos una definición muy completa al concepto amor-ágape: “El término ágape (...) se ha convertido en el término técnico del NT para designar lo que nosotros llamamos la virtud de la caridad. Se emplea para expresar el amor gratuito de Dios a los hombres, realizado a través de Cristo y transmitido a los creyentes para que puedan amarse unos a otros”. Según lo anterior, se puede decir, sin temor a equivocarnos, que el amor es “un don”, o mejor dicho el Don que viene de Dios; el don que trae la salvación a la humanidad en el “Dios encarnado”, Jesucristo, el amor visible del Padre.”

Podemos sentirnos avergonzados y no merecedores de este acto, pero tenemos conciencia que Jesús mismo nos conocía e igual se entregó. Así, surge en nosotros una gratitud de correspondencia, imposible de suplirla con obras, pero sin duda, estas son necesarias para demostrar nuestro amor a Dios. Pues cómo podemos decir que amamos a Dios, a quién no vemos  cuando no amamos al prójimo, que están físicamente con nosotros.

Es cierto que amamos a Dios, porque él nos amó primero. (1 Juan 4:19). Él nos explicó que era amar. Entonces, Dios es la fuente de amor, y si estamos carentes de aquel, lo más conveniente es acercarnos nuevamente al origen.  Nosotros podemos llegar a amar cuando seguimos nutriéndonos del alimento espiritual, porque a través de la lectura sagrada de la palabra de Dios, llegamos a conocerlo a él a través de su hijo. Pero esto no basta, nos tenemos que arraigar de la oración, para permanecer en comunicación con el padre.  En ocasiones y más cuando nos aferramos al pecado, aquello se vuelve una tarea difícil, pero Jesús conoce nuestras debilidades y tenemos que volver a él, para que su Espíritu Santo nos convenza de lo que estamos haciendo mal y nos de las fuerzas para dejar de hacerlo.

Aponte nos aclara esta idea con lo siguiente:

Con Dios en el corazón se aprende a mirar al otro (al hermano) no sólo con los ojos del interés, del provecho personal, sino desde la mirada de Jesucristo. Al verlo con los ojos de Cristo, podemos dar al otro mucho más que cosas externas, materiales: podemos ofrecerle la mirada del amor -de la misericordia- que él necesita. La mirada del “samaritano” que ve una vida en riesgo y no encuentra mayor dificultad en anteponer los planes personales para ir (salir de sí) en pos del “necesitado” y darle la ayuda necesaria. Pag 57


La biblia en diferentes pasajes habla sobre el prójimo. Algunos autores han querido señalar a este como quien es tu familiar por consanguinidad, pero en el nuevo testamento, se explica que los hermanos en la fe también son nuestro prójimo. En la parábola del buen samaritano, cuando Jesús le pregunta al joven rico ¿quién crees que era su prójimo? Y el responde aquel que le ayudó, nos da una noción más amplia de lo que implica ser prójimo, aquella persona que ayuda, que acoge al necesitado y suple sus necesidades de manera desinteresada. Nuestro papel como cristianos es volvernos prójimos para con los otros.

El término prójimo aparece en el mandamiento del amor de Levítico 19, 34, recogido más tarde por Jesús en Marcos 12, 29-33; Mateo 22, 37-39; Lucas 10, 27. Prójimo puede significar amigo, compañero, paisano, o simplemente el otro, es decir, cualquier ser humano (cf. Ex 20, 16; Lv 19, 13.18; 20, 10). En este sentido amplio es como lo entendió Jesús y como lo entiende la moral cristiana. (pág. 15-16) (Aponte, 2016)

El misterio del amor dignifica y fortalece la vida de quien ha pasado por diferentes traumas dejados por la pobreza, el rechazo, la indiferencia, la violencia y la injusticia. Además nos ayuda a salir de nuestro habituado egoísmo y nos apertura a compartir con los demás, formando unidad y así iglesia. Una sociedad armoniosa requiere de aquello. Los cambios duraderos se hacen en base al amor.

El papa Benedicto nos dice “El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano.”

Para ejemplificar que en base al amor, se pueden realizar grandes cambios por la sociedad, trataré sobre la Madre Teresa de Calcuta, conocida como “La Madre de los pobres”,  quien tuvo una vocación desde pequeña de servir a Jesús preparando junto a su madre las actividades de servicio que realizaría su parroquia. Hasta que decidió ser misionera, y con el permiso de su madre de ser monja, empezó su camino. Los consejos que recibió era mirar al frente, hacia Jesús.  Pasó de ser enfermera, maestra hasta internarse en Calcuta para realizar su llamado dentro de su llamado, el de servir a los más pobres dentro de los pobres.

Cabe resaltar cómo era Calcuta en ese entonces.

Era un lugar donde los niños no sabían siquiera lo que era un bosque, un estanque. Donde el aire estaba tan cargado de dióxido de carbono y azufre que la contaminación mataba al menos a un miembro de cada familia. Un lugar donde hombres y bestias se asaban en un horno durante los ocho meses de verano hasta que el monzón transformaba las callejuelas y casuchas en lagos de barro y excremento. Un lugar donde la lepra, la tuberculosis, la disentería y todas las enfermedades debidas a la malnutrición, reducían la esperanza de vida media a una de las más bajas del mundo. Un lugar donde 8.500 vacas y búfalos, atados entre montones de estiércol, proporcionaban leche infectada de gérmenes. Un lugar donde reinaba la pobreza más extrema (pág. 20) (Peña, A.)



La Madre Teresa creo varios proyectos, entre los cuales tenemos: Nirmal Hriday, el cual se inauguró en 1952 el 22 de agosto, era una casa hogar en donde acogían a los moribundos de las calles. En 1962  fundó  también la rama masculina de los Misioneros de la Caridad y hoy ellos se dedican a este trabajo.

Otro proyecto fue el Niramala Shishu Bavan (Casa del niño abandonado) en 1955. Aquí acudían los niños huérfanos de Shishu Bhavan, algunos eran recogidos de las calles, a veces de cubos de basura o los encontraban tirados en el suelo en los andenes de las estaciones.

Todavía cabe señalar que una de las obras de caridad más poderosas fue Shanti Nagar (Ciudad de la paz), una villa para leprosos, a unos 300 kilómetros de Calcuta. Allí se construyeron estanques, se llenaron de peces, se plantaron bananos y palmeras, y se hicieron jardines. Era una villa hermosa en donde los leprosos se podían recuperar y llevar una vida digna y trabajar según las posibilidades de cada uno, en un ambiente de limpieza e higiene, recibiendo los tratamientos adecuados (pág. 27- Peña, A.). Esta se creó oficialmente en 1974.

Por último, la Madre Teresa el 11 de diciembre de 1979 recibe el premio Nobel de la paz en Oslo (Noruega). Allí comenzó pidiendo a todos rezar la oración de San Francisco:

Señor, hazme un instrumento de tu paz. Donde haya odio, ponga yo amor; donde ofensa, tu perdón, Señor. Donde haya duda, ponga fe; donde desaliento, ponga esperanza; donde sombras, ponga yo tu luz; donde haya tristeza, ponga yo alegría. (pág. 61- citador por Peña, A)

Para concluir, la Madre Teresa de Calcuta inició su labor con ayuda de algunas madres de su congregación pero con el tiempo ellas recibieron apoyo de personas solidarias que se unían a la causa de ayudar a los desamparados. Es así como se logró un cambio sustancial en estos lugares, y una vida digna para aquellas personas. Esto fue obra del amor y como lo dice la Madre en una de sus anécdotas más nostálgicas,  la gente empezó a creer en Dios por la alegría y la ternura de como ellos los trataban, en  medio de ese ambiente tan cruel.

Por todo lo anteriormente mencionado, vemos que es necesario volvernos a Dios para aprender a amar a nuestros semejantes, a nuestros prójimos.  Esto debido a que Dios es la fuente y el origen del amor, su mayor acto, el sacrificio de su primogénito para redimirnos. Finalmente como la Madre Teresa, que miró a Jesús en cada paso de su vida, y en cada persona que se le cruzó en el camino, para así poder servirle y cuidarle con amor, nosotros también debemos ir hacia los brazos del Padre para llenarnos de este don y brindarlo a los demás.

Dayanira López Córdova


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Aponte, F. (2016). EL AMOR AL PRÓJIMO: GOZNE DE LA VIDA CRISTIANA. Bogota: Pontificia Universidad Javeriana.
Díaz, R. (2009). EL AMOR COMO PRINCIPIO ÉTICO DEL SER HUMANO . Santiago de Chile.
Peña,  Ángel. Madre Teresa de Calcuta. Madre de los pobres. Lima, Perú. Parroquia La Caridad. Disponible en: ttps://www.autorescatolicos.org/PDF001/AAAUTORES04973.pdf




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